MADRE CASTILLO
MADRE CASTILLO:En mi visita a la localidad de Cachi, Salta, en julio del 2012 pude visitar al área céntrica, la plaza y a un costado de ella descubrí un Museo muy lindo, donde tuve la oportunidad de adquirir dos libros, uno sobre los Niños del Llullaillaco, que se encuentran en el Museo de Alta Montaña, de Salta, capital, y el otro sobre las voces olvidadas de las monjas en América.
En este libro, que habla del origen de los Conventos en nuestro continente, y que por ejemplo, el de las Clarisas, albergó de inicio a las hijas de los caciques que gobernaban en ese tiempo, y que luego se hizo necesario atender los requerimientos de la época, y darles un lugar a las huérfanas, a las divorciadas, a las mestizas, y a las hijas de caciques, como ya se relató, se utilizó el Convento también para prestigio de las familias, o aún de las localidades donde ellos se asentaban.
En las primeras letras de América, en el género femenino figura la Madre Francisca Josefa de la Concepción Castillo, conocida como Madre Castillo, de gran impronta en la literatura mística de Colombia, con escritos en prosa, y en poemas, que cuentan toda una vida dedicada a su vocación religiosa, y que pudo ser publicada pues se conservó después de su muerte, ya que no era bien visto en su época que una monja escribiera, aunque según relata la autora en Vida, lo hizo a sugerencia y pedido de su confesor. Vamos ya a disfrutar uno de sus poemas, titulado:
Deliquios del divino amor:
El habla delicada
Del amante que estimo,
Miel y leche destila
Entre rosas y lirios.
Su meliflua palabra
Corta como rocío,
Y con ella florece
El corazón marchito.
Tan suaves se introduce
Su delicado silbo,
Que duda el corazón
Si es el corazón mismo.
Tan eficaz persuade,
Que cual fuego encendido
Derrite como cera
Los montes y los riscos.
Tan fuerte y tan sonoro
Es su aliento divino,
Que resucita muertos,
Y despierta dormidos.
Tan dulce y tan suave
Se percibe al oído,
Que alegra de lo huesos
Aún lo más escondido.
Al monte de la mirra
He de hacer mi camino,
Con tan ligeros pasos,
Que iguale al cervatillo.
Más ¡ay Dios! Que mi amado
Al huerto ha descendido,
Y como árbol de mirra
Suda el licor más primo.
De bálsamo es mi amado,
Apretado racimo
De las viñas de Engadi,
El amor le ha cogido.
De su cabeza el pelo,
Aunque ella es oro fino,
Difusamente baja
De penas a un abismo.
El rigor de la noche
Le da el color sombrío,
Y gotas de su hielo
Le llenan de rocío.
¿Quién pudo hacer ¡ay cielo!
Temer a mi querido?
Que huye el aliento y queda
En un mortal deliquio.
Rojas las azucenas
De sus labios divinos,
Mirra amarga destilan
En su color marchitos.
Huye Aquilo, ven Austro
Sopla en el huerto mío.
Las eras de las flores
Den su color escogido.
Sopla más favorable,
Amado ventecillo;
Den su olor las aromas,
Las rosas y los lirios.
Mas ¡ay! Que si sus luces
De fuego y llamas hizo,
Hará dejar su aliento
El corazón herido.
La obra principal de la Madre Josefa de castillo fue Afectos espirituales, Bogotá 1843, y es una muestra única de la literatura mística en la América colonial. Su autora, si bien hija de españoles, nació vivió y murió en Tunja, y a través de sus relatos esta monja se manifiesta en sus prácticas ascéticas y sus experiencias místicas, con la necesidad de purificación y contemplación, en su deseo de sólo necesitar a Dios.
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