100
años del Colegio La Salle
de Rosario:
1913-2013.
El
día del Fundador, San Juan Bautista de la Salle, es el 15 de Mayo, y siendo Domingo de
Pentecostés, el 19 de Mayo, se conmemoró, con una Misa, a las 11 horas, los 100 años de la Institución.
Quiero
aclarar que mi padre, que llegó desde Corrientes, para estudiar Medicina, en
nuestra ciudad, Rosario, decidió, al tener yo la edad, que debía ir a una buena
escuela, y eligió el La Salle,
para mí, antes de cumplir mis seis años, y aún así me tomaron en lo que en ese
entonces era primero inicial.
Cuando
mi papá me dejó, según me contaba, yo lloré, cuando lo ví irse, pero él volvió,
después de un ratito, y decía que ya se me había pasado el llanto, y lo único
que hacía era borrar una y otra vez, con mucha insistencia.
Pasé
mis años de escolaridad primaria en esta escuela, de la que tengo buenos
recuerdos, y después, como ya había hecho mi primo Carlos, que era como un
hermano para mí, me enviaron a hacer el secundario al Superior de Comercio,
otra escuela prestigiosa de la ciudad.
En
esa época del primario, observé con sorpresa, algunos castigos que se
practicaban en ese entonces, y como un chico se portó muy mal, el maestro lo
puso, con su guardapolvos, colgado en un perchero.
Métodos
arcaicos, y bruscos, se dirá, pero también recuerdo que mis compañeros, no eran
de quedarse atrás, así no más, y en una pelea, uno de ellos, que a veces pasa
cerca de mi casa, le vació un tintero en la cabeza a un compañero, lo que
motivó que lo cambiaran de colegio.
Recuerdo
también que una vez discutí con un famoso concejal de la ciudad, por el lugar
para ir a tomar agua en el recreo.
La
formación era muy buena, pero además se encontraba integrada con una buena
formación de educación física, que hacíamos en el gran patio del colegio, y que
para mi memoria, se complementaba con torneos de football, muy entretenidos.
Rememoro,
que emoción grande sentí, siendo un niño, de tener pegada en mi camisa blanca,
el número de jugador, que había hecho mi abuela, y ese día sentí que era diferente
mi partido.
Yo
admiraba a los jugadores de football, de Central y Newells old Boys, y tener un
número, en mi espalda, era ser como uno de ellos. Ignoro el resultado del
partido, pero todavía lo recuerdo con cariño.
También
me acuerdo de los partidos que se hacían en una canchita, que hasta tenía arcos
con red y todo, y que nos controlaba un referee.
Una
vez, jugando para mi curso, contra un equipo que era más débil, por primera
vez, y en ese momento yo jugaba de atacante, hice como seis goles en ese partido.
Y como había espectadores del barrio, me aplaudieron mucho.
La
sorpresa para mi fue grande cuando unos días después, estaba en el parque
Urquiza, paseando, y escucho a mi espalda dos jóvenes que dicen, mirá, ese que
va allí, hizo 6 goles el otro día en el La
Salle. En ese momento sentí por primera
vez, la sensación que había hecho algo importante, para mí, y yo tenía menos de
10 años de edad.
Otra
vez, estaba jugando otro partido de football, y había un compañero mío, que
estaba unos años más chico, por su categoría, pero que ya se avisoraba como
deportista de elite, tanto que llegó a jugar en la primera de NOB, y de Boca
Junior, y posteriormente, fue Director Técnico, en algunas oportunidades de
Central Córdoba, que amagó ir para un lado y salió jugando para el otro, y
entonces, le crucé mi pierna, con fuerza, y voló por el aire, siendo por
primera vez en mi vida amonestado, lo que me sorprendió, y me cuidé para que no
me expulsasen.
A
veces se hacían reuniones entre alumnos y familiares, y me tocó participar en
varias, de las que me acuerdo fueron dos. En la primera hacía de domador de
fieras, y corría a mis compañeros con un látigo multicolor, y yo disfrazado de
domador, lo que me gustó mucho.
En la
segunda ocasión, mis compañeros y yo interpretamos la obra Pinocho, y el
Hospital de los Muñecos, y como mi papá era Médico Cirujano, no podía ser de
otra manera, que me disfrazaron de Médico, que operaba a Pinocho. Yo estaba con
barbijo y todo, y mientras escuchábamos la música, íbamos interpretando la pieza,
que no sé si salió bien, pero yo me divertí muchísimo.
Como
en el Colegio había un cuadro de honor, yo lo miraba siempre, y muchas veces,
en mi curso estuve en los primeros puestos, fui abanderado y me dieron una
medallita de plata, pero el Colegio acostumbraba hace tiempo, entregar muchas
medallas a los alumnos, y como yo era buen alumno, me dieron muchas de ellas,
que conservo con cariño, y cuando me las pusieron, me sentía un general, je,
je.
Hacía
mucho tiempo que no había entrado en la Iglesia del Colegio La Salle, y recuerdo, que
cuando yo estaba en mi cursado de primaria, mis padres contribuyeron con un
ladrillito, para su construcción.
La Iglesia es sencilla, y bastante
amplia.
En el
altar un gran Cristo, crucificado, a los costados están las fotografías
ampliadas del fundador: San Juan Bautista de la Salle.
Todo
estaba engalanado, con flores, y al costado del altar había una pequeña
orquesta, con varios integrantes, cada uno con micrófonos, que serían los
encargados de tocar y cantar, durante la ceremonia conmemorativa.
Uno
tocaba la guitarra, otro la pandereta, otro se ocupa de la batería, una
señorita, que es cantante, y otro es el encargado de tocar un tamborcito de
mano.
Cuando
ingresé a la Capilla
me dieron una varita de madera, cortadita, que ignoraba el sentido de la misma,
a mi arribo.
Entre
los concurrentes, muchas madres, con sus niños, una monja, exalumnos, maestros,
profesores, alumnos, familiares. Los niños jugaban con las varitas de madera, y
otros con sus autitos y sus peluches, esperando que se iniciara la ceremonia.
Esta
Misa se iba a hacer en el medio del patio, pero un cielo nublado, con amenaza
de lluvia, se optó por el interior de la Capilla.
Por
eso estaba programado, que cada uno de nosotros arrojásemos en un gran fogón,
que se iba a realizar, nuestras varitas de madera, con un agradecimiento a la Divinidad, o con algún
gesto de entrega para nuestro futuro, pero el tiempo lo impidió, y cada uno de
los presentes, se llevó su varita de madera, a cada uno de sus domicilios, como
recuerdo.
Muchos
maestros, que saludan a sus alumnos y a sus padres.
El
sacerdote que oficiaba la ceremonia religiosa, en su homilía, destacó que el
paso del tiempo va dejando algunas huellas en nuestros rostros, inevitables, y
las más evidentes, decía, son las arrugas cutáneas en el rostro, que son muchas
las que hablan de nuestro modo de reír, de sentir, de llorar. Hablan de las
experiencias más profundas que hemos tenido en nuestra vida, ya sea de alegría
o de tristeza. Pone en evidencia por donde hemos andado, en el camino de
nuestra vida.
Pero
consideró que las arrugas de la piel no son las más importantes, a las que
tampoco se les debe prestar mucha atención, sino que se podrían considerar como
un premio a una vida bien vivida.
Las
arrugas, bien llevadas, son signos de respeto. De madurez. De experiencia, y
aún de estima.
Pero
más importantes, en nuestra vida, son las arrugas del corazón, son las arrugas
del alma, del espíritu, ellas son invisibles, la amargura por ejemplo, o la
sensación de fracaso, o aún el malhumor, como algo que nos caracterice.
Que
se nos manifiesta en nuestros párpados caídos, en nuestras cejas, y pone en
evidencia, lo que no ha andado demasiado bien en nuestra vida.
No se
debe resignar, ni creer, que no hay ningún remedio para ellas, y habló el
párroco que la respuesta es lo que ese domingo se celebró, la Fiesta de Pentecostés, la
venida del Espíritu Santo, que sopló Jesús a sus Apóstoles.
Y es
el Espíritu que nos renueva el alma. Nos renueva a cada uno el corazón, triunfando
sobre el pecado, la muerte, la tristeza, la amargura.
Y es
el que recibimos de nuestro bautismo, todos los bautizados hemos recibido al
Espíritu Santo, sí.
Cuando
terminó la Misa,
y ya salía de la Capilla,
un señor mayor, me paró, me llamó, y me comentó que me recordaba, porque mis
bigotes le hacían acordar a mi papá, que era Médico, y que vivía en la calle
25 de Diciembre, como antes se llamaba
mi cuadra, y que él había nacido en 1952, un año después de mí y se llamaba
Juan Carlos Masa, lo que me produjo una gran emoción, que no esperaba, que
después de tantos años, alguien me reconociera.
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