UNA LEYENDA SOBRE EL HORNERO:
Quiero aclarar que el hornero, es un hermoso pajarillo,
que es considerado el pájaro nacional de nuestro país, Argentina.
Encontré una hermosa leyenda sobre los antiguos
aborígenes, que habla precisamente de este peculiar pájaro, y quiero relatar en
este blog…
Se trata de una leyenda cordobesa, sobre “Jahé y Yunka”,
que presentó la escritora Cristina Bajo, en la revista Rumbos, y que paso a
relatar.
Hace tiempo, en la zona norteña de la provincia
argentina de Córdoba, existía una aldea de sanavirones.
Allí vivía un anciano, con su nieto, llamado Jahé,
joven fuerte y bien parecido.
Aprendió a hacer el adobe, y construía casas con este
material, que no las llevaba el viento, como pasaba con los toldos…
Un día, descansando, bajo la sombra de un árbol, el
denominado, tala, vio a una joven, que iba hacia el arroyo.
Sus miradas se cruzaron y en seguida simpatizaron,
profundamente, pero ninguno, sabía el nombre del otro.
Su abuelo le explicó, que no se ilusione, ya que se
trataba de la hija del cacique, y seguramente le buscaban alguien importante…
Esta joven, llamada Yunka, tenía varios pretendientes,
y Yahé, se enteró, que su padre, la iba a casar con el más fuerte de toda la
tribu.
Y cuando el cacique organizó la prueba, fue el primero
en presentarse.
Esto ya era peligroso, los jóvenes, serían envueltos en
los cueros de una vaca recién sacrificada, y dejados al sol, por horas…
A medida, que se seca, el cuero se encoge, y los
jóvenes podrían morir, por asfixia. El ganador, sería el que aguantara más este
tormento.
En el día de la prueba, se presentaron ocho jóvenes, y
al atardecer, quedaban Jahé y otro joven más.
El otro contrincante, no soportó más, y casi moribundo,
fue devuelto a sus familiares.
Y cuando fueron a declarar a Jahé, como ganador, al
desatar el cuero, sólo hallaron un avecita marrón, pequeña, que, después de
trinar, voló hacia el algarrobo, de su abuelo, y se posó, como esperando a su
amada…
Yunka, que se había enamorado de ese joven silencioso,
lloraba intensamente, en su choza, y no obedecía a sus padres, ni quería
alimentarse.
El cacique, pensó, que ya se le pasaría, pero al otro
día, llegó su mujer, con su cabeza cubierta de polvo, que era señal de una
profunda tristeza, y entró a la choza, pero no encontraron a su hija, sólo a un
avecita, que se escapó, volando…
En el monte de los sanavirones, había un espíritu, que
protegía a los enamorados, y al ver el dolor de estos jóvenes, los decidió
reunir, convirtiendo a la hija del cacique, como la compañera de Jahé.
Y como señal envió una tenue llovizna, que atenuó la
sequía de los terrenos.
Al día siguiente, los vieron amasando con sus picos, y
patitas, el barro, de un pequeño charco, y además ella traía briznas de paja, y
semillitas, mientras entre las ramas, Jahé, construía una casita de barro,
ayudado por su compañera, cerca de la casa de su querido abuelo.
Horas después, al mirar el nido de barro, parecía un
horno, y por eso le pusieron el nombre de “horneros”…
Para los serranos, representan el amor conyugal, y el
amor a los hijos, en su casita, los pichones están a salvo de sus depredadores,
y de la lluvia y el frío…
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