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lunes, 9 de mayo de 2016

SAN BALTASAR, CAMBACUÁ. EL NEGRITO MANUEL





SAN BALTASAR DE CAMBÁ-CUÁ.
EL NEGRITO MANUEL:

Cristina Bajo escribió en una revista, homenajeando a sus sobrinos, hijos y nietos, unos conceptos interesantes para mí, ya que soy hijo de correntino, con sangre de guaraní.
Ella habla de una particular fiesta, muy celebrada en la antigüedad, de la negritud en el extremo austral de América.
En la época de la colonia, había muchas personas de raza negra entremezcladas con criollos y españoles.
Habían sido traídos, como esclavos, y muchos de ellos, participaron activamente de las campañas libertadoras y emancipadoras de nuestros ilustres antepasados argentinos. Ellos no sólo combatían por la libertad de América, del yugo español, sino que también lo hacían por su libertad personal, que les era prometida.
Había en esa época muchos santos que se adoraban pero ninguno era apropiado para los de raza de color.
Entonces, producto de la necesidad de afirmación étnica, surgió espontáneamente la figura del rey negro: Baltazar, que junto con Melchor y Gaspar adoraron y homenajearon, como los tres Reyes Magos, el niño Jesús.
De aquí, los negros, extrajeron la figura de Baltazar, y crearon la fiesta de San Baltasar, que con ligeros matices diferentes, se celebraba en las argentinas provincias de Corrientes, Chaco y Santa Fe.
Era festividad muy popular, y se hacía precisamente para el 6  de enero, de cada año, y allí se agradecía al santo, por las cosas buenas del año que había pasado, y se imploraba su auxilio, para el año que se viviría próximamente.
A Cristina Bajo, le comentaron, que esta costumbre se inició hace siglos en un barrio de las afueras de la capital de Corrientes, el barrio de Cambá-Cuá, que en guaraní, significa: “cueva de negros”.
En la hermosa provincia de Córdoba, en El Abrojal, que también era asentamiento de esclavos negros, y al ser liberados, por patrones o independizados por leyes que abolieron, más tarde la esclavitud, crearon sus propios barrios raciales.
Muchos de ellos, de fe católica, y con una impronta que se diferenciaba de españoles y aún de guaraníes, incorporaron en fiestas al candombe, con tambores y pandeiros.
San Baltasar, dice Bajo, representaba entre los Reyes Magos, un sabio doctor africano, y precisamente, de la raza negra.
Sus imágenes eran pequeñas, denominadas “de vestir”, llevando en su mano, un bastón, y coronado con oro, en su cabeza, las mujeres lo engalanaban, con capa colorada, haciéndole flores y ribetes dorados.
Aún le denominan el “Santito Cambá”, amigo en guaraní.
Y se solía sacar en andas, solicitando donaciones para realizar la fiesta, con bebida y comida, fuegos de artificio velas, adornos, para velarlo en un patio colonial.
Papel destacado en la profesión, tenían quienes representarían a los reyes y las princesas, y a los llamados: “angelitos, alféreces y mayordomos”.
A veces había varios Baltasar, adornados por diferentes vecinos.
Ya el 4 de enero, se llevaban las imágenes a la Iglesia de La Merced, donde se celebraba misa.
Había “angelitos”, con alas de crinolina, que danzaban la “Polca de los Reyes”, acompañados con guitarras, arpas y violines, dedicado a San Baltasar.
Más atrás venían los “alféreces”, con sus pechos cruzados con coloridas bandas, y ellos eran quienes pagaban por la fiesta.
Se llamaba mayordomo o mayordoma, a los dueños de la imagen del Santo, y en su casa descansaría la imagen, entre adornos de papel crepe.
La fiesta era de varios días, con valses, candombes, pericones y la charanda, que es de origen africano.
Se ingerían comidas y golosinas, eran regionales, como el chicharrón trenzado, empanadas, chipá-abatí, rosquillas azucaradas, y “vino negro”.
El 10 de enero, se guardaba al Santo, para el próximo año.
Se comenta que en las ciudades de Empedrado y Goya, se mantuvo la fiesta, hasta finales del siglo XX.
Es interesante conocer esta fiesta que adoptó la negritud, y espero que las tradiciones se mantengan.
Actualmente en la ciudad de Rosario, hay una incipiente colonia, muy reducida de africanos, de color, y en la Costa Atlántica, suelo verlos en la playa vendiendo sus productos…

Otra historia interesante es la del negrito Manuel, quien su nacimiento por supuesto se remontó a África, y fue traído al Río de La Plata, y vendido como esclavo.
En 1630, fue testigo del milagro de la Inmaculada Concepción en los pagos de lo que después sería la ciudad bonaerense de Luján.
Entonces él decidió quedarse a vivir en ese sitio, cuidando y limpiando, la imagen de la Virgen, relatando la historia, y atendiendo con amor y dedicación especial a los peregrinos, durante 56  años, hasta se deceso.
Nos legó una simple frase, que resume su entrega: "Soy de la Virgen, nomás."
Actualmente en Argentina, dos Padres, Martín y Sergio, junto a un equipo, están investigando los pasos del negrito Manuel, a fin de gestionar su glorificación, e invitaron a la comunidad de nuestro país, a contar los favores recibidos de él.
Se deja una dirección para solicitar o entregar informes: negromanuel1630@gmail.com
Hay que destacar que estos fueron los antiguos orígenes de la devoción Mariana en el primer centro religioso del país: la hermosa Basílica de la Pura y Limpia Concepción de Luján, que nuestro amado y recordado San Juan Pablo II, el 11 de junio de 1982, recitó: "esta tarde nos congregamos para orar junto al altar del Señor a la Madre de Cristo y Madre de cada uno de nosotros, que queremos pedir que presente al Hijo, el ansia actual de nuestros corazones doloridos y sedientos de Paz".
En esos días la guerra de las Malvinas, ensangrentaba a Argentina e Inglaterra.
Sus sentidas palabras, calaron profundamente en el corazón del pueblo argentino.
El milagro que había presenciado el negrito Manuel, consistió en que a unos 68  kilómetros al oeste de Buenos Aires, venía una Virgen en carreta, procedente del puerto de Santa María del Buen Ayre, con destino a Sumampa, jurisdicción de Córdoba del Tucumán, hoy actual Santiago del Estero, por encargo de un rico hacendado portugués, Antonio Farías Sáa.
La caravana se detuvo a orillas de un río, en un lugar denominado Estancia de Rosendo.
Al día siguiente, los carreteros quisieron emprender el viaje, pero el rodado que portaba las imágenes de la Virgen, que eran dos, no se movió.
Aligeraron entonces el peso de las carretas, y pusieron más bueyes, pero fue en vano.
Aquí es donde apareció el negro Manuel, que propuso retirar una de las dos imágenes y observar que ocurriría.
Pero no pasó nada.
Sólo al retirar la segunda imagen de la Virgen, la carreta avanzó....
Es así como comenzó esta historia.
La Virgen quedó en Luján, para siempre...

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