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domingo, 19 de julio de 2015

USO EN AMÉRICA DE UNA MADERA COMO MONEDA...

Uso de la madera de alerce, como moneda, en América:

Leo en el periódico que la madera del árbol patagónico alerce, se usó como medida, y hasta no hace mucho, inclusive hubo un real de alerce, que era una cantidad específica de esa cotizada madera.
Entonces decidí conocer más de este tipo de noticia.
Hay que entender, que en un bosque, por ejemplo en Alaska, donde hoy vive una familia, filmada por el canal Discovery, a la usanza de los primitivos hombres colonizadores, y para ellos el billete de dinero no representa absolutamente nada más que una simple hoja de papel y se basan en el   trueque, intercambiando lo que recolectan, y le sacan su provecho, cuando van de visita a los poblados y ciudades, ya que la mayor parte de su vida transcurre en el bosque, aislados…
En América del Sur, más precisamente en los interiores de la isla grande de Chiloé, Patagonia Occidental Insular, se talaban muchos bosques para comerciar y para subsistencia.
En 1897, Aurelio Lagunas, ayudante de la expedición de Roberto Maldonado, para estudiar la geografía y los ríos de Chiloé, relataba: “Toda la isla Grande se halla totalmente cubierta de una espesa vegetación arborescente y apretada, estando a la vez, entremezclada, por arbustos y malezas…”
Maderas de ligue, olivillo, luma, ciruelillos, avellanos, y laureles, trau-trau, alerces y cipreses, completaban el panorama.
Aún en 1926, Schwarzenberg, describía a la isla Grande, como “exuberante vegetación arbórea”.
La vida chilota se concentró, principalmente, en áreas costeras.
Aún en 1984, el geógrafo francés Philippe Grenier, observó que el trabajo del corte y la quema del sotobosque, y del bosque impenetrable, vecino a la casa, era una tarea titánica, con éxitos parciales, o victorias efímeras sobre el bosque.
En estas regiones, los alerces, llamados Fitzroya cupressoides, pueden alcanzar los cinco metros de diámetro, y con documentaciones de la época colonial, relataban que alcanzaban hasta los 10  metros, nada menos.
Y con sus hasta 50  metros de altura, el alerce, es el verdadero rey del universo forestal chilota.
Un jesuita, Diego de Rosales, escribió, sobre el árbol, mencionándolo como príncipe de los árboles en Chile.
Supera por 20  o aún 30  metros a otros árboles, como coigües o rables.
A pesar de todo se desarrolla muy lentamente, sólo, entre 0,6 y 1,6 milímetros al año.
Lo que da un centímetro de espesor en 10 años.
Los aborígenes al alerce, lo llamaron lahuan.
Sus edades se han calculado en 2.500 años, sí, aunque parezca mentira, y se calcula que pueden llegar a vivir, más de 3.600  años.
El alerce, se cree, fue objeto de transacciones comerciales, en la época precolombina, entre Chiloé y Perú.
Hay utilización del alerce, desde hace 13.000  años, en el sitio arqueológico de Monte Verde.
Los huilliches, antes de Colón, utilizaron el alerce, para utensilios, medicina, herramientas o armas defensivas.
Francisco Fronk, en el año 1900, dijo que las tablas de alerce, eran muy apreciadas, en el reino de Chile y Perú.
Fray Gregorio de León, estimaba, en el siglo XVIII, que de su tronco podían salir cerca de 600  tablas.
El alerce llegó, entonces, a ser moneda de la provincia, y movía el comercio con el Perú.
Donde se cortaban las maderas, constituían los astilleros, y desde el siglo XVII, había tres áreas principales, en jurisdicción de Calbuco, con los astilleros más antiguos y mayores en producción.
En segundo lugar estaba Maullín, accediendo por el río Palihué, con sus alerces cercanos al Pacífico.
Una tercera área, estaba en Comau y Vodudahue, al oriente de Chiloe insular.
Se hacían todo tipo de tablas, tablones, vigas y vigones, se instaló como moneda en la provincia, pero de a poco comenzó a retroceder el bosque ante tanta explotación.
Durante muchos años, la explotación de estos bosques fue la actividad principal, de esta zona de la Patagonia, y la razón de la desaparición paulatina del bosque no era sólo la tala, sino que también se agregaba, que para despejar los terrenos ya explotados, se prendía fuego al bosque, quemándose así los retoños de alerces.
En los siglos XVII y XVIII, las tablas de alerce, eran muy apreciadas en Lima, lugar único de comercio de los chilotes.
Entonces la madera, fue moneda colonial, donde no existía el circulante, sino que se practicaba el trueque, en forma permanente.
Y la madera de alerce, era un producto muy valioso, valía más que otros, tales como jamones ahumados, pescado o ponchos, y se intercambiaba por azúcar, sal, ají, añil, aguardiente, ropa de la tierra, y ropa de Castilla.
Solamente permitió a los chilotes subsistir, y no podían salir de su pobreza.
En el siglo XVIII, de mucho comercio, las tablas de 2 ½ varas de largo, por 12  pulgadas de ancho, eran valuadas en 2 ½ reales de plata.
En Descripción Historial de Chiloé, en 1791, Agüeros, dice: las tablas de alerce medían 4 varas de largo, de 6 a 7 pulgadas de ancho, y 1 ½  de grueso.
Se utilizaba el alerce, para hacer tejas con qué techar, sus viviendas. Además en fogones, iglesias, y en todas las construcciones. Y hubo un oficio que se llamó el tejuelero.
En el siglo XIX, se explotó en mayor volumen, para durmientes para el ferrocarril, incipiente, y postes para el telégrafo.
También fue utilizada esta madera para embarcaciones.
Durante el siglo XIX, el intendente de Chiloé, cobraba y disponía de tablas como patrimonio, pagando en tablas a un cuarto de real.
El franciscano Francisco Menéndez, alertó, de continuarse con el ritmo del talado, sobre la desaparición del alerce, en la región, y sugirió imitar a los Estados Unidos, que declaró algunos territorios inviolables, para su protección.
El siglo XIX, fue el siglo del hachero, del tablero, todo indígena era tablero, sabía talar alerces.
Se los describió como muy arrojados y valientes, ya que se internaban por ríos, los vadeaban, cortaban la madera y los traían con cuerdas, que en esa época constituían verdaderas epopeyas personales.
Un robusto ejemplar de 14 metros, de circunferencia, requería todo un día, para un grupo de 6  o 7  personas, para voltearlo y convertirlo en tablas.
Después se juntaban todos los paquetes de tablas amarradas, y se conducían a la playa, para ser embarcados…
Se agradece a M. Ximena Urbina, Doctora en Historia, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, toda esta maravillosa información.

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