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martes, 6 de enero de 2015

UN ANTIGUO REGALO A MI PADRE.



UN REGALO POR EL DÍA DEL MÉDICO:

En el día del médico, el 3 de diciembre del año 1974, le regalaron a mi padre, un libro del Museo Sorolla.
Pasó el tiempo, y por esas cosas del destino, estaba en casa de mi hijo, quien actualmente se encuentra vacacionando en la costa atlántica.
Fui con mi esposa a regar sus plantas, y acomodar las cosas en su casa, y vi el libro olvidado en una biblioteca, y me decidí leerlo, por primera vez.
Fue escrito por Bernardino de Pantorba, impreso en Madrid en el año 1.966, y puedo referir que es excelente, directamente hablando.
Es una verdadera historia de vida de Joaquín Sorolla y Bastida, un proficuo pintor de España, muy laborioso, y de los mejores de la península ibérica, de su tiempo.
Sorolla nació el 27 de febrero de 1863, y falleció, con un poco más de 60  años, de vida, el 10  de agosto de 1923.
Fue natural de Valencia, donde vivía su padre: Joaquín, aragonés, que buscaba allí un mejor pasar económico, que en su tierra natal, y se casó con una valenciana: Concha Bastida Prat.
Nacieron dos hijos: Joaquín y Concha.
A los dos años de edad de Joaquín, quedaron huérfanos, y los niños fueron recogidos por unos tíos: Isabel Bastida, hermana de la madre fallecida, y José Piqueres, su esposo.
Éste dueño de un pequeño taller de cerrajería, le enseñó a Joaquín el oficio, pero él lo único que quería hacer era PINTAR.
Con catorce años, fue a la Escuela de Artesanos, en Valencia, asistiendo a clases, en la noche, que ofrecía un escultor, Cayetano Capuz.
Ya en 1879, estaba matriculado en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos.
Uno de sus compañeros de esa época de mozo, Cecilio Pla, dijo: “los alumnos entrábamos en la Escuela a las ocho de la mañana. Pues bien: a tan temprana hora Sorolla, venía ya de recorrer las afueras de Valencia, donde hacía paisajes. Su actividad verdaderamente extraordinaria, nos asustaba a todos.”
Viajó por Roma, cuatro años, en una pensión, y varios meses del año 1985, pasó en París, absorbiendo nuevos conocimientos, que disfrutaba con fervor y gran entusiasmo.
Dibujaba y pintaba sin pausa, de día y de noche, y en el verano de 1988, se casó con Clotilde García del Castillo.
Uno de los cuadros que pinta, es el de un piadoso episodio de la vida del fraile valenciano Juan Gilabert Jofré, quien fuera el fundador del primer manicomio que se hubiera abierto en el mundo, y lo denominó a su cuadro: “El Padre Jofré protegiendo a un loco”.
Pese a lo hermoso y significativo de su trabajo, recibió, más bien críticas.
Pero veamos algo del padre Jofré:
Era valenciano, vivió entre 1350- 1417, y dedicó su vida a la atención de los enfermos mentales.
La Iglesia Católica lo declaró Siervo de Dios.
Rescató a cristianos cautivos de los musulmanes, y observó el modo de tratamiento, que daban a los enfermos mentales en el mundo islámico.
Pero en Valencia, luego de ver el castigo que le daban en la calle a un loco, Jofré, fundó en el año 1409, un hospicio para enfermos mentales, llamado: Santos Mártires Inocentes, que fue aprobado por el Papa Benedicto XIII, y por el rey Martín I de Aragón.
Éste, como ya fuera expuesto precedentemente, fue el primer asilo mental, que se instituyó en el mundo.
Y la capilla del hospital fue dedicada a la advocación mariana, de Nuestra Señora de los Inocentes, que se popularizó, años más tarde como Nuestra Señora de los Desamparados, que es la actual Patrona de Valencia.
Con los años subsiguientes, este hospicio, fue convertido en el actual Hospital General Universitario de Valencia.
Una relación de años, descripta por Bernardino de Pantorba relata lo siguiente:
En 1895, “la bendición de la barca”, y “pescadores valencianos.”
En 1896, “cosiendo la vela”, y “pescadores recogiendo las redes”
En 1897, “la llegada de las barcas”, y “puerto de Valencia”.
En 1898, “comiendo en la barca”, “llegada de un barco de pesca a la playa”, “la playa de Valencia”, y “revisando la red.”
En 1899, “el baño”, “sacando la barca”, y “triste herencia.”
En 1900, “idilio”, “pescadora valenciana”, “fin de la jornada”, y “niño entre espumas.”
En 1901, “las sardineras”, “cordeleros de Jávea”, y “remendando las redes”.
En 1902, “después del baño”, “playa de Valencia, (sol de la mañana), y “playa de Valencia, (sol poniente)”.
En 1903, “niños a la orilla del mar”, “sol de la tarde”, “buena pesca”, “las tres velas”, “toros en el mar”, y “pescadoras valencianas”.
En 1904, “la hora del baño”, “verano”, “el niño de la barquita”, “velas al sol poniente”, “en la playa”, y “pescadoras valencianas”.
En 1905, “el bote blanco”, “el baño en Jávea”, “nadadores”, “niño sobre una roca”, y “niñas tomando el baño”.
Un novelista, amigo y paisano de Sorolla, Vicente Blasco Ibáñez, decía:
“Hay sin duda una Providencia, que vela por los grandes artistas, y ese sol, que todos los años, mata a algún trabajador en el campo, todavía no ha podido con Sorolla, valeroso soldado de la pintura, que, como si fuera una salamandra, se pasa el día entero entre la arena que echa fuego, y el cielo, que vomita llamas, sin quitasol, porque su sombra podría modificar la visión clara y precisa de la luz y de los objetos, sin otro abrigo que la minúscula ala de su sombrero, y pinta, olvidado de todo, embriagado con la hermosura de la Naturaleza…
Llegada la noche, Sorolla, que no puede vivir sin pintar, enciende en seguida la luz, y comienza su trabajo de acuarela. Total, catorce horas de labor, y esto, un día y otro día, no con la asiduidad automática, del que se esfuerza por la vida, sino con el fervor y entusiasmo del sacerdote que realiza las funciones de su culto.”
En enero de 1911, emprendió su segundo viaje a los Estados Unidos, donde expuso 160 de sus pinturas.
Vendió por cifras muy importantes, allí, y se trasladó a París, donde con el señor Huntigton, firman un contrato para decorar el gran salón de la Biblioteca de la Hispanic Society, con un friso, de setenta metros, de longitud, por tres y medio de altura, divididos en catorce paneles, para representar escenas regionales de España.
Todo ello por 150.000  dólares, que se abonarían en la entrega definitiva, al cabo de cinco años, y si Sorolla falleciese antes, la Sociedad Histórica, haría un pago proporcional.
Los primeros dibujos los hizo en Castilla y el país Vasco.
Después paneles a Aragón, Navarra y Guipúzcoa, dos a Sevilla, uno a Galicia, otro a Cataluña, y otros dos más a Sevilla, con total de cuatro para esas tierras.
En 1916, pintó para Valencia, en 1917, para Extremadura, en 1918, el de Elche, y el postrero, en junio de 1919, en Ayamonte.
Es un gran homenaje a España toda, con sus hombres, sus mujeres, sus caballos, banderas, músicas, y oficios.
Es realmente la obra más importante de Sorolla, y deja en alto el pabellón español.
Después, comienza a aquejarse de su dolencia, con una hemiplejia, que lo alejó definitivamente de su labor pictórica, y tiempo después le ocasionó su muerte.
Con el gran pintor fallecido, era muy vasta la profusión de cuadros que habían quedado, y su viuda, doña Clotilde García del Castillo, decidió donar 881 pinturas, y su hijo Joaquín donó otras 303, que habían recibido por herencia, juntamente con la casa que había ideado el maestro Sorolla, al Estado español, para fundar en Madrid, lo que se conoce como Museo Sorolla.
La verdad que agradezco a la Providencia, haber encontrado este regalo, y haberlo leído, en un hermoso espacio verde, de relax.
También agradezco al autor, Bernardino de Pantorba, por hacernos conocer tan vívidamente a un pintor de las características de Sorolla.
Y no dejo de olvidarme, de un merecido recuerdo para mi padre, y la profesión que abrazó con devoción.





  

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