LOS AFROAMERICANOS
Afroargentinos:
Estaba leyendo el periódico del día miércoles 13 de junio de 2012, y en un suplemento de educación observo dos fotos, en la primera veo una monja rodeada por doce niñitos, pocos de ellos sonrientes, la mayoría con expresión seria, y entre ellos, los dos mayores a cada lado de la monja, de piel negra.
En la basa de la fotografía se indicaba Fotógrafo no identificado, Sor Camila Rolón, (1842-1913), Fundadora de la Congregación de Hermanas Pobres Bonaerenses, rodeada de alumnos huérfanos. Circa 1895. Fototeca UNGS.
La segunda foto, la inferior nos muestra un Retrato Grupal de fotógrafo tampoco identificado, de alumnos de la Escuela No. 3, de Bella Vista, Buenos Aires, año 1923. Fototeca UNGS.
Son más de treinta niños casi en 4 filas, donde también se observa uno de raza negra, salvo alguna mirada triste, la mayoría están muy concentrados en lo que les estaba pasando.
El escrito que acompañó estas fotografías fue confeccionado por Abel Alexander, Historiador de la Fotografía. Sociedad Iberoamericana de la fotografía, y sus conceptos más sobresalientes versan sobre la recuperación de nuestro pasado fotográfico. Un viajar hacia los orígenes de nuestra nación Argentina. Citaba al historiador Romualdo Lafuente: “con Pedro de Mendoza, vino a Buenos Aires un negro esclavo a su servicio, de nombre Juan Galán. Cuando el Adelantado regresó a España en abril de 1537, llevaba varios esclavos para servir en el monasterio de Barrameda...”
Después de ello, la corriente de esclavos fue incesante.
Es de destacar que sor Camila Rolón, que partiendo de la nada, una Carmelita, se decidió a trabajar por los niños desposeídos, y allí se encontraban también huérfanos de raza negra, que también protegió. Creó una institución de la nada, y que hoy cuenta con delegaciones en varios países del mundo, que siguen su legado. Esta Carmelita fue declarada por el entonces Papa, y hoy Beato Juan Pablo II, como Venerable, y esperamos fervientemente que algún milagro, que pueda obrar la Providencia en su invocación, la haga trascender al plano de la Santidad, a esta Carmelita Argentina, de nuestro pasado colonial.
Pero sigamos con los afroargentinos.
Quise seguir explorando y un experto en arte me aconsejó leer a Alonso Carrió de la Vandera, (1715-1783), conocido más comúnmente como Concolorcorvo, que había escrito sobre la ciudad de Buenos Aires, el porqué de su cuadrícula, en metros iguales para todos los lados del cuadrado, donde se asentaban las viviendas, y calles que con la lluvia y el paso de las carretas, las volvían intransitables, aún para los peatones, por los profundos surcos que producían los carruajes a su paso, y relataba que esto era tan común que a veces no podían los de Buenos Aires ni ir a misa.
Pero qué decía en un capítulo de su libro sobre:
“Los negros. Cantos, bailes y música. Diferencias con las costumbres del indio. Oficios. El mestizo. El huamanguino.
La población indígena del Perú y México. Causas de la disminución. Retrato de Concolorcorvo.”
“Los negros civilizados en sus reinos son infinitamente más groseros que los indios. Repare el buen Imca la diferencia que hay en los bailes, canto y música de una y otra nación. Los instrumentos de los indios son las flautillas y algunos otros de cuerda, que tañen y tocan con mucha suavidad, como asimismo los tamborilillos. Su canto es suave, aunque toca siempre a fúnebre. Sus danzas son muy serias y compasadas, y solo tiene de ridículo para nosotros la multitud de cascabeles que se cuelgan por todo el cuerpo hasta llegar a la planta del pie, y que suena compasadamente. Es cierto que los cascabeles los introdujeron los españoles en los pretales de sus caballos, para alegrar a estos generosos animales y atolondrar a los indios, que después que conocieron que aquellos no eran espíritus maléficos, los adoptaron como tutelares de sus danzas y diversiones. Las diversiones de los negros bozales son las más bárbaras y groseras que se pueden imaginar. Su canto es un aúllo. De ver sólo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno, bien descarnada de su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta u otro palo duro, con que hacen unos altos y triples tan fastidiosos y desagradables que provocan a tapar los oídos o a correr los burros, que son los animales más estólidos y menos espantadizos. En lugar del agradable tamborilillo de los indios, usan los negros un tronco hueco, y a dos extremos le ciñen un pellejo tosco. Este tambor le carga un negro, tendido sobre su cabeza, y otro va por detrás, con dos palitos en la mano en figura de zancos, golpeando el cuero con sus puntas, sin orden y solo con el fin de hacer ruido. Los demás instrumentos son igualmente pulidos, y sus danzas se reducen a menear la barriga y las caderas con mucha deshonestidad, a que acompañan con gestos ridículos, y que traen a la imaginación la fiesta que hace al diablo los brujos en sus sábados, y finalmente solo se parecen las diversiones de los negros a las de los indios en que todas principian y finalizan en borracheras. Algo de eso, si hemos de hablar ingenuamente, en todas las funciones de la gente vulgar de España, y principalmente al fin de las romerías sagradas, que algunas veces rematan en palos, como los entremeses, con la diferencia que en éstos son fantásticos y en aquellos son tan verdaderos como se ven por sus efectos, porque hay hombre que se mantiene con el garrote en la mano con un jeme de cabeza abierta, arrojando más sangre que un penitente...”
Concolorcorvo fue un político y escritor español, de Gijón, Asturias, nacido en 1715. Llegó a Nueva España, México, en 1736 y se dedicó al comercio.
Escribió “El lazarillo de ciegos caminantes”, en 1776, de donde se extractó esta párrafo referido a su particular visión de los negros. Siempre defendió a los españoles.
Estaba leyendo el periódico del día miércoles 13 de junio de 2012, y en un suplemento de educación observo dos fotos, en la primera veo una monja rodeada por doce niñitos, pocos de ellos sonrientes, la mayoría con expresión seria, y entre ellos, los dos mayores a cada lado de la monja, de piel negra.
En la basa de la fotografía se indicaba Fotógrafo no identificado, Sor Camila Rolón, (1842-1913), Fundadora de la Congregación de Hermanas Pobres Bonaerenses, rodeada de alumnos huérfanos. Circa 1895. Fototeca UNGS.
La segunda foto, la inferior nos muestra un Retrato Grupal de fotógrafo tampoco identificado, de alumnos de la Escuela No. 3, de Bella Vista, Buenos Aires, año 1923. Fototeca UNGS.
Son más de treinta niños casi en 4 filas, donde también se observa uno de raza negra, salvo alguna mirada triste, la mayoría están muy concentrados en lo que les estaba pasando.
El escrito que acompañó estas fotografías fue confeccionado por Abel Alexander, Historiador de la Fotografía. Sociedad Iberoamericana de la fotografía, y sus conceptos más sobresalientes versan sobre la recuperación de nuestro pasado fotográfico. Un viajar hacia los orígenes de nuestra nación Argentina. Citaba al historiador Romualdo Lafuente: “con Pedro de Mendoza, vino a Buenos Aires un negro esclavo a su servicio, de nombre Juan Galán. Cuando el Adelantado regresó a España en abril de 1537, llevaba varios esclavos para servir en el monasterio de Barrameda...”
Después de ello, la corriente de esclavos fue incesante.
Es de destacar que sor Camila Rolón, que partiendo de la nada, una Carmelita, se decidió a trabajar por los niños desposeídos, y allí se encontraban también huérfanos de raza negra, que también protegió. Creó una institución de la nada, y que hoy cuenta con delegaciones en varios países del mundo, que siguen su legado. Esta Carmelita fue declarada por el entonces Papa, y hoy Beato Juan Pablo II, como Venerable, y esperamos fervientemente que algún milagro, que pueda obrar la Providencia en su invocación, la haga trascender al plano de la Santidad, a esta Carmelita Argentina, de nuestro pasado colonial.
Pero sigamos con los afroargentinos.
Quise seguir explorando y un experto en arte me aconsejó leer a Alonso Carrió de la Vandera, (1715-1783), conocido más comúnmente como Concolorcorvo, que había escrito sobre la ciudad de Buenos Aires, el porqué de su cuadrícula, en metros iguales para todos los lados del cuadrado, donde se asentaban las viviendas, y calles que con la lluvia y el paso de las carretas, las volvían intransitables, aún para los peatones, por los profundos surcos que producían los carruajes a su paso, y relataba que esto era tan común que a veces no podían los de Buenos Aires ni ir a misa.
Pero qué decía en un capítulo de su libro sobre:
“Los negros. Cantos, bailes y música. Diferencias con las costumbres del indio. Oficios. El mestizo. El huamanguino.
La población indígena del Perú y México. Causas de la disminución. Retrato de Concolorcorvo.”
“Los negros civilizados en sus reinos son infinitamente más groseros que los indios. Repare el buen Imca la diferencia que hay en los bailes, canto y música de una y otra nación. Los instrumentos de los indios son las flautillas y algunos otros de cuerda, que tañen y tocan con mucha suavidad, como asimismo los tamborilillos. Su canto es suave, aunque toca siempre a fúnebre. Sus danzas son muy serias y compasadas, y solo tiene de ridículo para nosotros la multitud de cascabeles que se cuelgan por todo el cuerpo hasta llegar a la planta del pie, y que suena compasadamente. Es cierto que los cascabeles los introdujeron los españoles en los pretales de sus caballos, para alegrar a estos generosos animales y atolondrar a los indios, que después que conocieron que aquellos no eran espíritus maléficos, los adoptaron como tutelares de sus danzas y diversiones. Las diversiones de los negros bozales son las más bárbaras y groseras que se pueden imaginar. Su canto es un aúllo. De ver sólo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno, bien descarnada de su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta u otro palo duro, con que hacen unos altos y triples tan fastidiosos y desagradables que provocan a tapar los oídos o a correr los burros, que son los animales más estólidos y menos espantadizos. En lugar del agradable tamborilillo de los indios, usan los negros un tronco hueco, y a dos extremos le ciñen un pellejo tosco. Este tambor le carga un negro, tendido sobre su cabeza, y otro va por detrás, con dos palitos en la mano en figura de zancos, golpeando el cuero con sus puntas, sin orden y solo con el fin de hacer ruido. Los demás instrumentos son igualmente pulidos, y sus danzas se reducen a menear la barriga y las caderas con mucha deshonestidad, a que acompañan con gestos ridículos, y que traen a la imaginación la fiesta que hace al diablo los brujos en sus sábados, y finalmente solo se parecen las diversiones de los negros a las de los indios en que todas principian y finalizan en borracheras. Algo de eso, si hemos de hablar ingenuamente, en todas las funciones de la gente vulgar de España, y principalmente al fin de las romerías sagradas, que algunas veces rematan en palos, como los entremeses, con la diferencia que en éstos son fantásticos y en aquellos son tan verdaderos como se ven por sus efectos, porque hay hombre que se mantiene con el garrote en la mano con un jeme de cabeza abierta, arrojando más sangre que un penitente...”
Concolorcorvo fue un político y escritor español, de Gijón, Asturias, nacido en 1715. Llegó a Nueva España, México, en 1736 y se dedicó al comercio.
Escribió “El lazarillo de ciegos caminantes”, en 1776, de donde se extractó esta párrafo referido a su particular visión de los negros. Siempre defendió a los españoles.
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