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domingo, 21 de julio de 2024

-LLUEVE...-

 

LLUEVE

(por el Topo de Rosario de Santa Fe)

 

Cuando llueve, en las calles de mi ciudad, los bares, comienzan a tener más vida…

Muchos caminantes, varones en más cantidad, suelen ingresar rápidamente, en busca de algún tipo de protección.

Dentro del mismo, se incrementan las voces, y los diálogos, y aún las risas.

Mientras comienza a aparecer en las calles pequeños charcos, que se van conformando.

La lluvia, en primera instancia, una sencilla llovizna, es seguida, de un incremento en el viento y en la caída de agua, que se va trasformando en un verdadero chubasco o chaparrón.

El pavimento, rápidamente, se moja, integralmente, y los autos circulan con sus luces encendidas, de precaución, pues a pesar ahora, de acercarnos al mediodía, el cielo, está muy oscuro, y, yo, frente a la calle que miro, con la comodidad de mi asiento...

Encargo un cortado, que es un café con cierta cantidad de leche, que se denomina “en jarrita”, en una medida, algo de mayor cantidad, y una medialuna dulce, con un vasito de soda, a una simpática joven que se acercó raudamente…  

Se escucha cierta música, en el bar, que es, casi borrada, por las conversaciones, de las personas que han ingresado recientemente por protección de este aguacero.

Se notan más, resaltando, las gotas, que van cayendo en los charquitos.

En la bocacalle, se entrecruzan camionetas y autos modernos, raudamente, ignorando las inclemencias del tiempo.

Observo personas que aceleran su paso, debido al frío del invierno, y al viento fuerte que azota la lluvia, cada vez más intensa, parece ahora como cayendo, realmente a cántaros.

Todos pasan con las capuchas de sus camperas, colocadas, y tratando de que el viento no les destruya sus paraguas…

Con sorpresa, veo un joven sin protección para la lluvia, que parece ignorarla, pues mira con atención su celular, sin importar, el agua, que cae sin piedad…

Es una mañana de baja temperatura en Rosario, un sábado de julio del año 2024…

Los diálogos en el bar, son cada vez más fuertes, y se acoplan las voces, de las tres mozas jóvenes que atienden, haciendo casi desparecer una hermosa música, que está totalmente desaprovechada, por ahora.

En la calle, veo una gran camioneta policial, con sus fuertes señales luminosas azules…

Cruza ahora la calle, una joven, empujando un gran cesto de residuos, verde, que posee rueditas pequeñas, que alivian su tarea, se sube a la vereda, dobla la esquina y toma por la vereda hacia el norte…

Ahora, resalta con una gran profusión de luces, una ambulancia de emergencia.

Y, continúa el aguacero, abatiendo nuestras calles, cambiando las tonalidades que observamos diariamente, por otras más húmedas, más resbaladizas y brillantes.

Sigue, la llovida, y una mujer joven circula por la calle con tres cajas de grandes cartones, que impresionan pesarle bastante, y ella, continúa su paso, como si no pasara absolutamente nada.

Una moto circula, con una pareja, ambos con la protección del casco.

Una mamá y un hijo pequeño, se guarecen algo, bajo un alero. El hijo con campera y capucha, y su madre con un gran paraguas.

Mientras coloco el azúcar, en el pocillo del café bien caliente y humeante, y mientras lo tomo, saboreo, con deleite esta medialuna dulce, que la siento exquisita, en mi paladar…

Me distraigo unos minutos con mi teléfono celular, contestando algunos mensajes recibidos, y al levantar la vista, veo uno, y después otro, que son los repartidores de alimentos y de otras cosas, que circulan por Rosario, con motos, adaptadas, en su parte posterior, una gran caja para llevar sus pedidos…

Ahora, rápidamente, cruza la calle un señor en una bicicleta.

Una señorita, camina, con piloto, paraguas, y unas llamativas zapatillas rosadas.

Dos jóvenes, con paraguas, aceleran el cruce, ante la presencia de una moto, que las esquiva, sin detenerse.

Así, se va prolongando, la mañana invernal, en el centro de la urbe.

Decido, ponerme en marcha, abono mi consumo en la mesada, y al salir del bar, dejo de escuchar el ruido de las conversaciones, e ingreso en mi camino de regreso a mi hogar, bajo una llovizna, ahora, como un rocío celestial.

No molesta tanto, la llovida, sino la temperatura baja y el viento, que acompaña, y que a ratos se pone intenso.

Observo algunos colchones de personas, que están acostados aún en forma precaria, en el suelo, bajo algún techo improvisado, y siento necesidad de orar por mi país, ante la mirada de un joven, una mujer, ambos acostados, y entre ellos, un niño, pequeño, que me entristece, por sus carencias…

Todo esto en la Plaza Montenegro, de Rosario, mientras continúo mi camino, ahora un poco más triste, ante esta mirada…

Al llegar a mi casa, la llovizna, se detuvo, y me está esperando mi esposa para el almuerzo.

 

 

 

 

 

 

 

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