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jueves, 15 de diciembre de 2016

DUEÑOS DE TIERRA DEL FUEGO:

Antiguos dueños de la Tierra del Fuego:

Los pueblos originarios, que poblaron la isla final de América de Sud, fueron exterminados.
Se llamaban: los Shelknam, pero, gracias a los escritos de José María Beauvoir, podemos acceder a su cultura, ya extinguida.
Por el año 1893, el sacerdote salesiano, José Fagnano, propuso la instalación, de la reserva de Nuestra Señora de la Candelaria, para acoger a los originarios, de la zona, los Onas o Selk´nam.
Y fue, precisamente, el sacerdote José de Beauvoir, de origen italiano, quien, primero llegó a la Argentina, en el año 1879, y fue puesto a comandar esta misión.
Escribió muchos apuntes, y fue estudioso de las lenguas ona y tehuelche.
Los onas, estaban en la Isla de Tierra del Fuego, y los tehuelches, en la Patagonia Argentina, que es la parte continental de América del Sud.
Cuenta Beauvoir, que en los recuerdos de los antiguos onas, siempre le hablaron, que la Patagonia, estaba unida por tierra, que circundaba el agua, a la isla de Tierra del Fuego, y que así, los antepasados de los onas, pudieron llegar a la isla.
Pero después, se separó en forma definitiva, la isla de la Patagonia.
Esto estaba, bien afincado, en los comentarios de los onas, y sus ancestros.
También Beauvoir investigó la lingüística, y encontró, que las palabras tehuelches, y onas, son tremendamente similares, como de una fuente común, lo que aseveraría, que los onas eran tehuelches, que se aventuraron al sur.
Sólo la presencia, de los salesianos, salvó del extermino, a estos originarios, pues la presencia de oro, la ambición, y la necesidad de tierras, para cría de ganados, hizo que se contrataran a grupos armados, que recorrían la isla, virtualmente, para cazar onas, y les pagaban una libra esterlina, por cada par de orejas, testículos, o aún, cabezas, de los indios exterminados.
Otras veces, envenenaban la carne de oveja, con estricnina, y todo para librar, “sus tierras”, de estos indios…
Los onas, se alimentaban de peces y de moluscos, que buscaban entre las rocas de la costa, en los cambios de mareas.
En la Patagonia, el mar cambia bruscamente entre la pleamar y la bajamar, dejando charcos, con vida en ellos, y eran precisamente buscados por los originarios.
A veces, la dieta se mejoraba con algún guanaco, o algún pájaro tucu tucu, habituales por la zona.
Y en ocasiones, apetecían de los huevos de las aves, que pasaban por la zona, y anidaban.
Dentro de las leyendas de los onas, estaban los ritos para dejar de ser niños y convertirse en hombres.
Entonces, los jóvenes varones, eran expulsados de sus rancheríos, afuera de ellos, y debían vivir como pudiesen, mientras los onas los asustaban en las noches, con máscaras especiales.
El joven debía soportar todo esto, y después les contaban, que no habían sido los espíritus, sino que habían sido ellos, para probar su hombría.
Y al final había un secreto, que bajo juramento, el ona no podía revelar a ninguna mujer, so pena, de hasta la muerte.
El mito que le contaban, era que en la antigüedad, las mujeres, eran las que dominaban en la tribu, y que los hombres tenían que hacer las ocupaciones más indecorosas, mientras que las mujeres, eran las encargadas de cazar.
Pero, entonces, los hombres se revelaron, y mataron a las mujeres, y de acuerdo a sus mitos, una de ellas, se transformó, en la Luna, y de allí a veces quiere succionar la sangre, de las niñas jóvenes. Otras mujeres, se transformaron, en otros animales y/o aves.
Todo esto, nunca podía ser revelado a las mujeres.
En cuanto a las curaciones de las enfermedades, creían fuertemente en sus chamanes, médicos brujos, quienes les hacían poderosos masajes, en las zonas afectadas, para hacerles salir los males que los aquejaban.
Es de manifestar, que algo sorprendió a Beauvoir, los onas tenían la costumbre, si veían, que sus familiares, sufrían mucho, por las enfermedades, que ellos, no comprendían, y si no había una cura posible, les apretaban el cuello y los sofocaban, hasta matarlos, para que no sufran más.
Esta práctica, la combatía, intensamente, el sacerdote salesiano.
Vivían, desplazándose, para encontrar a los animales, que cazaban, y el hombre era el encargado, de fijar, el sitio, donde se levantaría la choza.
La mujer debía guardar todos los elementos de estas precarias casas, con sus correas, y además de cocinar, debía cuidar de los niños y de los ancianos.
Era la mujer, la que hacía la choza, también, y era la encargada, de mantener el fuego de la misma, siempre, prendido, en su interior.
Como oración Dominical, les enseñaron el Padre Nuestro:
Ikuakain Shìon haspen
Padre nuestro que estás en el cielo
Kìawnen Mat Yon,
Alabado sea Tu Nombre,
Vuenen ikùá Mak kaw,
Vénganos el Tu Reino,
Wikam mak warren
Tu voluntad hágase
Arwen has mèrènèn Shìon.
En la tierra así como en el cielo.
Karten ikùakar
La comida nuestra
Keren makes
De todo día
Karpaint ikùamá
Da a nosotros Tú
Anákenek
Hoy día.
Ikùakar hachkom
Nuestras faltas
Kayíkùamá,
Perdónanos Tú,
Mèrènèns ikùá yopenso
Como nosotros a los enemigos
Ikùokar kayen;
Nuestros perdonamos;
Kuairen’s íkarkaim son,
Y ayúdanos a no faltar,
Wauske ishìon;
Librándonos del mal;
Nèwè ayen.
Así deseo.

Se agradece a Luisa Vetri, americanista y Licenciada en Letras, Cátedra de Civilizaciones Indígenas de América, su hermoso e interesante libro: Aborígenes de la Patagonia.
Por el apoyo, en la publicación del libro, también se agradece a la Fundación de Historia Natural Félix de Azara.

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