ROWING CLUB DE ROSARIO
ROSARIO ROWING CLUB:
Esta institución importante en la ciudad de Rosario cumplió el 30 de Junio 125 años de su fundación, realizada en 18º87, bajo la denominación de “Rowing Club de Rosario”, cuando un grupito de ingleses que trabajaban en el Ferrocarril Central Argentino y en Aguas Corrientes de Rosario, se hicieron con el propósito de crear un club de remo a orillas del río Paraná.
En su tipo fue el primero en nuestra ciudad, y no sólo eso, ya que aún en la Argentina fue el tercer club de remo que se funda.
En 1888, el club compra una parte de la llamada Isla de los Bañistas, cosa que se fue incrementando con nuevas adquisiciones.
En el año 1913 se fusionó con el “Club del Progreso”, y a partir de ello adoptó su denominación final de Rosario Rowing Club.
Pero en el año 1917, un grupo de asociados se separó del club, y fundó otra señera institución: el Club Regatas de Rosario.
El Rowing soportó inundaciones importantes, pero siempre siguió adelante, y desde hace muchos años fueron muy conocidos en la ciudad la organización de los llamados Bailes Blancos, todo un acontecimiento social.
Porqué relato esto del Rowing?, porque si bien fui un asociado de pocos años en la Institución, en mi memoria se guardan momentos imborrables de mi juventud.
Practiqué algo de tenis, disfruté de sus bares, de los bailes, pero lo que más tengo grabado a fuego son mis experiencias en canoa en el río Paraná.
Veo en la propaganda del Club, el chalet importante donde se guardaban las embarcaciones, y desde allí salíamos directamente al río.
Era toda una experiencia ya ver todos esos botes, unos encima de los otros, colocados en un orden perfecto que sorprendía.
Por sistema de rodaje se colocaban a disposición de los asociados en el agua, por personal idóneo de la institución y ya, sin más trámite estábamos en el Paraná.
Primero íbamos con algunos amigos, paralelo a la costa, para un lado y después para el otro, pero cuando empezamos a tomar coraje, me lancé en varias oportunidades al cruce del Paraná, hacia la isla.
Yo no conocía como eran las islas, y la experiencia fue sensacional, observar toda esa vegetación surgir con un orden particular, en un caos de agua y verde, con espacios lacustres en el interior de las islas y una sensación hermosa de libertad, al sabernos solos frente a tal espectáculo, me llenaba de alegría.
Pero no todo fue maravilloso. Recuerdo dos oportunidades que relataré en las que, en ambas me asusté realmente.
En la primera había salido para el sector de la Florida, o sea hacia el Norte, en un día nublado, estuve remando bastante, hasta que se levantó una brisa, y decidió volver al Club, virando hacia el Sur.
Había un reglamento imperante, y era que el que salía con el bote, tenía que traerlo de regreso. Yo ese día estaba solo.
La brisa cambió y se transformó en fuerte viento, que me azotaba en contra, alterando el remanso del río, e incrementando las olas que me hacían muy difícil remar, en contra del río encrespado.
No llovía pero el río estaba muy difícil para mí, por lo que a unos 100 metros de devolver el bote decidí sacarlo del agua, e ir a pedir ayuda.
En ese momento recibí como contestación: Usted sacó el bote, lo debe volver a traer, sólo eso...
Volví a donde había dejado el bote y lo reintroduje en el agua, sabiendo que solamente contaba con mi fuerza y habilidad, y recuerdo que fueron unos 100 metros muy duros hasta al fin poder entregar el bote, cansado pero feliz por mi lucha contra los elementos. Nunca había tenido que sortear esta dificultad, y fue hermoso hacerlo, pero no reparé mucho en el peligro.
En la otra oportunidad había cruzado el Paraná a la isla, con un bote para dos, con un amigo, que no conocía el lugar.
Como yo estaba fascinado por esa vegetación que surgía del agua, y remar entre los camalotes que flotaban a nuestro lado, no reparé en el lugar que nos estábamos metiendo, y en vez de ir por un sitio acostumbrado, a mi amigo se le ocurrió cortar camino entre la vegetación.
Fue una mala decisión, ya que después de remar bastante nos introdujimos en un enjambre de troncos retorcidos, que surgían del agua, y que nos dificultaba notablemente movernos entre ellos.
El espectáculo era fascinante, pero yo me sobresalté, porque en cierto modo, estábamos atrapados entre la frondosa vegetación. Allí aprendí que siempre había que ir por camino conocido, aunque reconozco ahora que también es maravilloso para el hombre perderse alguna vez.
Después de estar pasando con dificultad algunos troncos, divisamos el río abierto, y encontramos un resquicio por donde salir, pero nos costó bastante.
Yo era joven e inexperto, y en todas las oportunidades que remé, que fueron muchas, jamás nadie me dijo ni yo por mi cuenta usé el chaleco salvavida.
Cuando uno es joven no sabe, pero ahora a los 60 años, después de haber vivido una vida en el Hospital de Emergencias, y en diversos momentos de ella, dedicarme a la Prevención de Accidentes de todo tipo, aún con múltiples salidas en los noticieros de la televisión local, ya que en un momento me había convertido en vocero oficial del Hospital, considero que lo que hice fue una gran imprudencia, y que debí haber tenido siempre el chaleco salvavidas, aunque sé nadar muy bien, gracias a Dios.
Por todo ello, con luces y sombras, me congratulo de los 125 años del Rowing, y espero que sean muchos pero muchos más.
Esta institución importante en la ciudad de Rosario cumplió el 30 de Junio 125 años de su fundación, realizada en 18º87, bajo la denominación de “Rowing Club de Rosario”, cuando un grupito de ingleses que trabajaban en el Ferrocarril Central Argentino y en Aguas Corrientes de Rosario, se hicieron con el propósito de crear un club de remo a orillas del río Paraná.
En su tipo fue el primero en nuestra ciudad, y no sólo eso, ya que aún en la Argentina fue el tercer club de remo que se funda.
En 1888, el club compra una parte de la llamada Isla de los Bañistas, cosa que se fue incrementando con nuevas adquisiciones.
En el año 1913 se fusionó con el “Club del Progreso”, y a partir de ello adoptó su denominación final de Rosario Rowing Club.
Pero en el año 1917, un grupo de asociados se separó del club, y fundó otra señera institución: el Club Regatas de Rosario.
El Rowing soportó inundaciones importantes, pero siempre siguió adelante, y desde hace muchos años fueron muy conocidos en la ciudad la organización de los llamados Bailes Blancos, todo un acontecimiento social.
Porqué relato esto del Rowing?, porque si bien fui un asociado de pocos años en la Institución, en mi memoria se guardan momentos imborrables de mi juventud.
Practiqué algo de tenis, disfruté de sus bares, de los bailes, pero lo que más tengo grabado a fuego son mis experiencias en canoa en el río Paraná.
Veo en la propaganda del Club, el chalet importante donde se guardaban las embarcaciones, y desde allí salíamos directamente al río.
Era toda una experiencia ya ver todos esos botes, unos encima de los otros, colocados en un orden perfecto que sorprendía.
Por sistema de rodaje se colocaban a disposición de los asociados en el agua, por personal idóneo de la institución y ya, sin más trámite estábamos en el Paraná.
Primero íbamos con algunos amigos, paralelo a la costa, para un lado y después para el otro, pero cuando empezamos a tomar coraje, me lancé en varias oportunidades al cruce del Paraná, hacia la isla.
Yo no conocía como eran las islas, y la experiencia fue sensacional, observar toda esa vegetación surgir con un orden particular, en un caos de agua y verde, con espacios lacustres en el interior de las islas y una sensación hermosa de libertad, al sabernos solos frente a tal espectáculo, me llenaba de alegría.
Pero no todo fue maravilloso. Recuerdo dos oportunidades que relataré en las que, en ambas me asusté realmente.
En la primera había salido para el sector de la Florida, o sea hacia el Norte, en un día nublado, estuve remando bastante, hasta que se levantó una brisa, y decidió volver al Club, virando hacia el Sur.
Había un reglamento imperante, y era que el que salía con el bote, tenía que traerlo de regreso. Yo ese día estaba solo.
La brisa cambió y se transformó en fuerte viento, que me azotaba en contra, alterando el remanso del río, e incrementando las olas que me hacían muy difícil remar, en contra del río encrespado.
No llovía pero el río estaba muy difícil para mí, por lo que a unos 100 metros de devolver el bote decidí sacarlo del agua, e ir a pedir ayuda.
En ese momento recibí como contestación: Usted sacó el bote, lo debe volver a traer, sólo eso...
Volví a donde había dejado el bote y lo reintroduje en el agua, sabiendo que solamente contaba con mi fuerza y habilidad, y recuerdo que fueron unos 100 metros muy duros hasta al fin poder entregar el bote, cansado pero feliz por mi lucha contra los elementos. Nunca había tenido que sortear esta dificultad, y fue hermoso hacerlo, pero no reparé mucho en el peligro.
En la otra oportunidad había cruzado el Paraná a la isla, con un bote para dos, con un amigo, que no conocía el lugar.
Como yo estaba fascinado por esa vegetación que surgía del agua, y remar entre los camalotes que flotaban a nuestro lado, no reparé en el lugar que nos estábamos metiendo, y en vez de ir por un sitio acostumbrado, a mi amigo se le ocurrió cortar camino entre la vegetación.
Fue una mala decisión, ya que después de remar bastante nos introdujimos en un enjambre de troncos retorcidos, que surgían del agua, y que nos dificultaba notablemente movernos entre ellos.
El espectáculo era fascinante, pero yo me sobresalté, porque en cierto modo, estábamos atrapados entre la frondosa vegetación. Allí aprendí que siempre había que ir por camino conocido, aunque reconozco ahora que también es maravilloso para el hombre perderse alguna vez.
Después de estar pasando con dificultad algunos troncos, divisamos el río abierto, y encontramos un resquicio por donde salir, pero nos costó bastante.
Yo era joven e inexperto, y en todas las oportunidades que remé, que fueron muchas, jamás nadie me dijo ni yo por mi cuenta usé el chaleco salvavida.
Cuando uno es joven no sabe, pero ahora a los 60 años, después de haber vivido una vida en el Hospital de Emergencias, y en diversos momentos de ella, dedicarme a la Prevención de Accidentes de todo tipo, aún con múltiples salidas en los noticieros de la televisión local, ya que en un momento me había convertido en vocero oficial del Hospital, considero que lo que hice fue una gran imprudencia, y que debí haber tenido siempre el chaleco salvavidas, aunque sé nadar muy bien, gracias a Dios.
Por todo ello, con luces y sombras, me congratulo de los 125 años del Rowing, y espero que sean muchos pero muchos más.
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